Cisnes Negros y Tormenta Perfecta: ¿ Es el momento de reconstruir los paradigmas de la globalización?

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Muchos son los acontecimientos – tanto recientes, como relativamente cercanos- que nos

deben llevar a repensar la forma de gestionar la interconexión existente entre ciudadanos,
naciones, culturas y negocios que domina el mundo actual de las relaciones internacionales.
A la crisis asociada a los intercambios comerciales globales, nacida y derivada de la errónea
reivindicación y consecuente vuelta de algunos Estados a posturas proteccionistas – a todas
luces carente de una solución realista e inmediata - hay que añadir una situación sanitaria
grave y de emergencia internacional surgida de la rápida, hasta ahora desconocida, y
altamente peligrosa propagación de la enfermedad vírica del coronavirus.
Sin duda alguna, se trata de una tormenta perfecta gestada en una compleja e incierta época
de cisnes negros que satisfará plenamente las posturas y argumentos de los acérrimos
defensores del nacionalismo comercial, el proteccionismo y el consiguiente cierre de las
fronteras hacia el exterior.
En este sentido, y como todos sabemos, la historia de la humanidad ha vivido bajo la influencia
de los constantes cambios de ciclo, algo a lo que la economía –definida por épocas
alternativas de bonanza y crisis- no puede ser ajena, porque ésta también se desarrolla y
gestiona en un mundo nada perfecto, y menos aún, continuista.

Esta visión como referencia histórica ineludible, nos permite afirmar que el ser humano, cada
vez más global e interrelacionado, ha sido capaz de soportar y superar las etapas más difíciles
de su historia y existencia, pudiendo y sabiendo aprovechar la lección de dichas dificultades
para crecer en situaciones de complejidad e incertidumbre constantes.
Lo que debemos entender es que no se trata del fin, sino más bien de la creación de un nuevo
escenario surgido del cambio y la adaptación a unas circunstancias que en muchos casos son
difíciles de predecir y más aún, si cabe, de controlar.
Así, el proceso globalizador de la economía, los intercambios comerciales y las relaciones
internacionales podrá entrar en un estado transitorio de crisis sometido a la lógica del temor
a lo desconocido, pero lo que parece más complejo es que, en pleno siglo XXI, y después de
todo el camino recorrido, tengamos que presenciar y asistir a la temida y nada deseable
reversión de los principios y valores que sustentan nuestra realidad global, con todas sus
virtudes y defectos.
Es indudable que la nueva crisis sanitaria está generando un estado de cosas que derivará en
el necesario replanteamiento del funcionamiento del modelo global y la toma de decisiones
en el seno de empresas- en especial las que actúan más allá de las fronteras nacionales-
Algunos de los actuales síntomas que corroboran la complejidad de la situación y su constante
sometimiento a inesperados cambios se reflejan en la caída generalizada de los precios del
petróleo como fuente esencial de energía – a día de hoy con una perdida aproximada de su
precio internacional en 30% – o en el preocupante hundimiento de los mercados bursátiles,
con caídas generalizadas de las grandes compañías transnacionales cotizadas en todos los
sectores y países.
Todo ello se puede enmarcar en la lógica respuesta a la incertidumbre y el temor – en algunos
casos traducido en pánico- nacido de una situación que, por el momento, parece fuera de
control.
En este sentido, el hecho de que la actividad empresarial global se haya ralentizado, frenado
y hasta – en innumerables casos- paralizado forzosamente ha generado también la
desvalorización y crisis de muchas compañías lo que ha ahondado en la consiguiente
depresión de sectores económicos estratégicos que ya de por sí estaban afrontando
situaciones muy complejas – es el caso de las empresas turísticas o las compañías aéreas-.
Llegados a este punto cabría preguntarse si actualmente nos encontramos ante una situación
única y extraordinaria que implicaría el fin o, cuando menos, un cambio radical de la actual
visión y planteamiento de los paradigmas asociados al funcionamiento del ecosistema
internacional… algo que, sin duda, terminaría por afectar directamente ese esquema global
de la economía y los intercambios comerciales. Una nueva percepción del mundo surgida de
las incertidumbres y dudas que están afectando tanto a naciones como a sus respectivos
gobiernos y ciudadanos.
Así las cosas parece evidente que una vez que haya sido superada la crisis asociada a la
pandemia del coronavirus -así ha sido calificada por la OMS- nada va a continuar siendo igual
y que nos encaminamos, inexorablemente, hacia un nuevo - ¿también desconocido?- sistema
y orden económico mundial surgido de un obligado replanteamiento de la acción de los
gobiernos -nacionales o supranacionales- , de la actividad de las instituciones internacionales y
también de las formas de gestionar la estrategia asociada a empresas y negocios.

Se trata, sin duda, de un punto de inflexión que parece no tener posibilidad de retorno, un
nuevo y complejo conjunto de retos a superar – como no, también de oportunidades a
aprovechar- .
En este sentido lo que parece evidente es que no hay vuelta atrás, una realidad que debería
impedir a los Estados adoptar medidas coyunturales que puedan suponer la imposición de
nuevas barreras y tensiones en el proceso globalizador, lo que supondría un retroceso en
todo lo avanzado con tanto sacrificio, esfuerzo y concesiones en el escenario del comercio
mundial, el crecimiento económico la y generación de riqueza de las naciones.
Cambios en los en modelos de crecimiento de los países y en la estrategia de las empresas,
retraso obligado en el cumplimiento de objetivos o reestructuración de los planes de negocio
deben constituir, a día de hoy, la base de su toma de decisiones y la consecuente aplicación
de medidas realistas ajustadas al escenario en el que el tejido empresarial, de cualquier
tamaño y dimensión, desarrolla su actividad.
Lo cierto es que las previsiones económicas no son nada halagüeñas. Un escenario que, a corto
y medio plazo va a obligar a adoptar nuevas medidas a nivel institucional y privado en
materias tales como la iniciativas de inversión, la reestructuración de presupuestos, la
reasignación de recursos, la inyección de capital a los mercados o la bajada generalizada de los
tipos de interés, entre otras muchas.
Así las cosas, parece evidente e inevitable que nos encontramos en una novedosa, tensa e
incierta fase de reconstrucción del nuevo orden mundial y de la forma de entender las
relaciones internacionales, la economía, la empresa y los intercambios comerciales
transfronterizos.
Todos los indicadores económicos apuntan a una segura situación de ralentización primero e
inmediata recesión mundial de la economía, basada, fundamentalmente, en la grave crisis
sanitaria surgida de una enfermedad – el coronavirus- que ya ha sido catalogada y definida por
la OMS como pandémica.
Basta con analizar algunos de los aspectos macroeconómicos más significativos de ese
escenario que se ha convertido ya en una tormenta perfecta de consecuencias, hasta ahora
impredecibles e imprevisibles.
La caída del precio mundial del petróleo -30%-, la subida del valor de la prima de riesgo en los
países más afectados por la enfermedad – en el caso de España ha pasado de 65 puntos
básicos a 118 en el plazo de una semana - y no es descartable que siga ascendiendo.
Igualmente el hundimiento generalizado del sistema bursátil, en las que muchas grandes
empresas han cotizado ya por debajo del valor de soporte de la acción es otro síntoma muy
poco esperanzador.
En este sentido ese mercado bursátil se está traduciendo en un sinónimo de pánico y total
incertidumbre hacia lo venidero – en un plazo inferior a un mes el selectivo español se ha
desplomado un 34% pasando de los 10.600 puntos a los 6.629, siendo las empresas más
afectadas las vinculadas a actividades bancarias, turísticas y petróleo.
Las principales compañías cotizadas en España han perdido ya 235.000 millones de euros, lo
que no solo supone una verdadera sacudida al modelo económico sino también a los valores y
principios sobre los que se asienta la economía global. Y como el problema es global, las
consecuencias también…

El Jueves 12 de marzo –conocido ya como Jueves Negro-la bolsa de Milán se dejó un 16,92%
en un solo día, la de Fráncfort un 12,24% y el Dow Jones de Wall Street un 10% . En Japón la
caída superó el 6% y en Corea del Sur un 3,43%.
Sin duda comenzamos a abordar ahora una etapa global de bear market o mercado bajista, en
el que las bolsas mundiales se van a ver muy perjudicadas a corto plazo y en la que las posibles
recuperaciones pueden traducirse en un espejismo engañoso o algo monentáneo nacido de
falsas brisas pasajeras.
Si consideramos las estimaciones de distintos organismos internacionales, la valoración de las
pérdidas por efecto de la crisis sanitaria global puede ascender a la nada despreciable suma de
dos billones de dólares. Y es en este escenario donde entra en juego otro factor esencial para
entender la alarmante gravedad de la situación hacia la que, inexorablemente, nos dirigimos.
La industria manufactura global está sufriendo la preocupante escasez de materias primas, lo
que no solo ha impactado – lo seguirá haciendo- en la consiguiente y lógica distorsión y subida
generalizada de los precios, sino que además amenaza con una paralización de sectores
productivos estratégicos para el normal funcionamiento de cualquier economía.
Actualmente el problema no sólo está concentrado en China-, donde la ciudad de Wuhan-
según parece urbe origen del brote vírico- constituye un centro industrial clave para la
economía global, sino que éste se ha expandido de una forma vertiginosa al resto del mundo.
Las razones son evidentes, y están basadas en la ralentización, en incluso paralización en la
fabricación y aprovisionamiento de piezas y componente básicos para el desarrollo de
procesos productivos en otros países.
Con este negro panorama, en el precio de casi todas las materias prima se encuentra en caída
libre desde el año 2014, habrá países que sufrirán en mayor medida el impacto negativo de la
situación, en especial las naciones emergentes y sobre todo América Latina, región en la que
ya se prevé una cascada de impagos ascendente y muy preocupante.
En este sentido, y aunque muchas grandes compañías, gobiernos e instituciones
internacionales advirtieron con la suficiente antelación sobre el casi inmediato colapso
productivo, no se han adoptado las medidas necesarias para hacer frente a un escenario en el
que incontables empresas se han visto obligadas a reducir su fabricación, o incluso a
paralizarla por completo.
Prueba de ello es la ya comentada caída generalizada del precio del petróleo, o incluso del
consumo industrial de luz – en el caso de España ha sufrido un descenso neto de un 60% en
menos de dos semanas-
Pero es que no sólo se trata de una evidente y notoria escasez de las materias primas y de los
componentes que pasan posteriormente a integrar los procesos de producción, sino que,
además, muchas compañías que en su momento decidieron desplazar y asentar su actividad
fabril y comercial a China se han visto ahora atrapadas en un complejo laberinto o tormenta
perfecta que, en su momento, nació como consecuencia de agentes externos que ahora son
tan incontrolables como impredecibles.
Y es que esas empresas que han concentrado buena parte de su actividad en la exportación de
materias primas a China, o que hacen uso de los productos intermedios fabricados en el país
asiático – muchas de ellas sin haber pensado en la diversificación de mercados- se van a ver
obligadas a cambiar radicalmente una estrategia que se ha tornado inútil y claramente
perjudicial para sus intereses.
Así, es seguro que multinacionales posicionadas en Asia terminarán por retornar –
deslocalizar, de nuevo- su producción- a los países de origen, o a otras naciones emergentes,

debido a la imperiosa necesidad de buscar nuevos proveedores que puedan garantizar el
desarrollo de su actividad fabril y comercial… y como es evidente la nueva estrategia derivará
en un aumento exponencial de los costes. Si tenemos en cuenta que los precios van a caer por
razón de la demanda estamos entrando en un círculo virtuoso de caída de beneficios, menor
contratación y aumento del paro, entre otros detonantes.
En lo que se refiere a la compleja situación por la que atraviesan tantas compañías, y como
ejemplo ilustrativo, la firma española SEAT, integrada en el grupo alemán fabricante de
automóviles Volkswagen ha decidido – por motivos de problemas de suministro- cerrar “sine
die” tres líneas de producción que va a afectar a 7.000 trabajadores de los 13.000 que con las
que cuenta la empresa en plantilla. La situación, si se extiende en el tiempo, no excluye la
posibilidad de plantear un Expediente de Regulación de Empleo – ERTE- si no logra adaptarse a
la reducción en la producción.
Como es lógico no es la única que ha adoptado medidas tan contundentes para hacer frente a
esta época de cisnes negros.
Otras empresas han anunciado seguir su ejemplo y decretar el cierre total de sus instalaciones
fabriles, como es el caso de la multinacional alemana de automóviles Mercedes Benz, la la
empresa sueca IKEA dedicada al mueble y la decoración – ha cesado toda su actividad en
China- o la compañía de fast food Burger King, que ha adoptado la misma medida en el país
asiático, llegando incluso, en el caso de España, a clausurar la línea de negocio – hasta el
momento permitida- de entrega a domicilio.
Continuando el hilo argumental expuesto un ejemplo especialmente llamativo es el de la
compañía automovilística francesa PSA - propietaria de las marcas Peugeot, Citroen, DS, Opel
y Vauxhall- que recientemente ha comunicado el cierre temporal y progresivo de todas las
plantas de producción que posee en Europa, alegando las constantes interrupciones en el
suministro de piezas, la preocupante caída de la demanda de producto y el agravamiento
constante de la crisis sanitaria global.
Igualmente la parálisis económica ha obligado al gigante de la construcción aeronáutica,
Airbus, a tomar la difícil decisión de suspender sus actividades de producción y ensamblaje
durante cuatro días, tanto en Francia como en España, todo ello con la finalidad de
implementar y verificar las condiciones higiénicas y de trabajo aplicadas en sus distintas
plantas fabriles.
Y no debemos olvidar uno de los sectores más afectados por la pandemia global. Las
compañías aéreas se están viendo obligadas a hacer frente a una situación de crisis que,
además de extraordinaria se caracteriza por el aumento progresivo de su complejidad y
agravamiento.
El hecho de que muchos países, ante lo impredecible de la situación y la posibilidad cierta de
un mayor número de contagios- estén cerrando sus fronteras e imposibilitando el libre
movimiento de personas y/o mercancías ha supuesto un duro golpe para buena parte de las
aerolíneas a nivel global.
Sirva como ejemplo la reciente y excepcional medida , adoptada por el Presidente de los
EE.UU, Donald Trump, de prohibir cualquier vuelo que tenga su origen en países europeos,
China o Corea del Sur - postura a la que posteriormente se han unido los gobiernos de otras
naciones como es el caso de la República Dominicana- ha supuesto que las compañías del
sector se vean obligadas a replantear tanto su actividad como su plan de negocio, sus
objetivos a medio y largo plazo, sus decisiones estratégicas e, incluso, la dimensiones de su
estructura interna.

Sin duda alguna los aviones pueden transmitir el virus por todo el planeta a lo que hay que
asociar el fundado temor de los potenciales pasajeros a contagiarse de la enfermedad. Esta
situación epidémica, según la valoración de IATA – Asociación Internacional de Transporte
Aéreo- podría costar a las compañías del sector hasta 100.000 Millones de dólares.
En este contexto tan complejo e incierto parece evidente que las empresas más afectadas a
nivel global por la crisis sanitaria surgida del COVID-19 serán las de tamaño medio y pequeño.
No sólo por su limitación de recursos, sino que además – si son exportadoras- se verán
irremisiblemente perjudicadas por las dificultades, restricciones, e incluso prohibiciones
impuestas a la entrada de productos y prestación de servicios asociados a la dinámica propia
de los intercambios comerciales internacionales.
Así tanto las Administraciones Públicas como los Organismos supranacionales están obligados
a entender y asumir la presente situación, aplicando las medidas temporales y responsables
necesarias para garantizar la subsistencia de ese tejido empresarial que genera el 90% de del
PIB en la mayoría de los países.
En el caso de la Unión Europea, a la vista de la parálisis económica progresiva que está
produciendo la enfermedad del coronavirus se ha comprometido - a través de la Presidenta
del BCE, Christine Lagarde- a inyectar tanta liquidez como sea necesaria para asegurar a los
Estados miembros la emisión de tanta deuda como se requiera. Se trataría de forzar a los
distintos gobiernos a dejar de lado la ortodoxia basada en la austeridad económica y la
consolidación presupuestaria con el objeto de evitar la quiebra masiva del sector bancario.
El cambio radical de postura de las autoridades europeas implica la imposición de nuevas
prioridades económicas, de las que se deduce que la reducción de deuda pasa a un segundo
plano, prevaleciendo ahora criterios de gasto con el objetivo de evitar el desastre que puede
llegar a afectar a la totalidad del mercado interior.
Así las cosas, y siguiendo las pautas e indicaciones del BCE, el gobierno alemán ya ha hecho
pública su intención de aplicar un programa extraordinario de financiación ilimitada destinada
a empresas que requieran de recursos para poder garantizar la continuidad de su actividad.
Igualmente, el gobierno de los EE.UU ha aplicado medidas muy contundentes con el objetivo
primordial de reactivar su tejido empresarial, la preocupante y generalizada caída de la
economía y su probable más que probable colapso.
En este sentido la Reserva Federal ha puesto en marcha un paquete de decisiones muy similar
al que adoptó tras la quiebra del gigante de Wall Street, Lehman Brothers en 2008.
Dicho paquete contempla la bajada los tipos de interés con la intención de que se trasladen al
sector privado– actualmente se encuentran un rango que va del 0% al 0,25%, mientras el BCE
los mantiene una tímida tasa de un 1,5%-, la inyección de 850.000 millones de dólares al
sistema- cifra próxima al PIB total de España-, la reducción de requisitos de capital a los
bancos, la compra masiva de deuda y la adquisición de 300.000 millones de dólares en bonos
del Tesoro a plazos, que van desde los dos a los diez años.
Además ha firmado acuerdos con los grandes bancos centrales del mundo para poder
garantizar la circulación suficiente de su moneda a nivel internacional.
Como es evidente, las instituciones internacionales no pueden permanecer de espaldas ni
ajenas a la cruda situación derivada de la expansión constante de la enfermedad y sus
consecuencias económicas. Así, el FMI ha anunciado el ofrecimiento de un crédito por valor de
un billón de dólares, exigiendo a cambio un programa racional y ordenado de estímulos
fiscales que puedan hacer frente, amortiguar, o en su caso evitar despidos masivos y quiebras
en cascada de empresas en los Estados miembros.

En una primera fase pondría en funcionamiento un sistema de desembolsos rápidos y flexibles,
con interés cero, y destinado a los países que los requieran con mayor urgencia financiera –
50.000 millones de dólares a países emergentes y 10.000 millones a naciones con bajos
ingresos-. En este sentido parece evidente que solo mediante la coordinación, la solidaridad y
la verdadera cooperación entre todos – el estímulo fiscal conjunto- se puede llegar a alcanzar
la deseada estabilidad de la economía mundial.
Otra de las líneas de actuación propuestas por el organismo es la lucha directa e implacable
contra la fuga de capitales – los inversores han sacado 42.000 millones de dólares de los países
emergentes desde que se originó la crisis sanitaria-
En este sentido los planes de estímulo basados en la inyección de dinero al sector privado, la
suspensión o el retraso en el pago de impuestos, la creación de incentivos fiscales, las
facilidades y flexibilidad en materia de despidos, un mayor y mejor acceso a la financiación
externa o la reducción de los tipos de interés constituyen actualmente necesidades
perentorias para poder hacer frente a la más que segura destrucción de empleo a nivel
global…porque para cualquier Estado es mejor ingresar más tarde que no ingresar.
Se trataría, como objetivo primordial, de ser capaces de garantizar la liquidez del sistema –
mediante implantación de programas de garantías, avales públicos o créditos condicionados
destinados a empresas que atraviesan dificultades, paquetes de medidas laborales, etc…- . Un
punto de partida necesario para la posterior y progresiva recuperación de la confianza y la
estabilidad del sistema económico global.
Así las cosas sería lógico pensar que finalmente el resultado de la crisis global que
padecemos actualmente va a depender de un cúmulo de elementos, factores y acciones
supeditadas tanto a la racional y adecuada gestión de la situación, como a la duración y
extensión de una pandemia vírica que ya afecta – en mayor o menor medida- a más de ciento
treinta y cuatro países del mundo.
Igualmente, y para obtener un diagnóstico real y efectivo de la nueva realidad global que se
avecina en el escenario de economía global habrá que considerar variables muy diversas.
Entre las más relevantes se encuentran tanto el tiempo de reacción ante la crisis, como el
grado de eficacia y eficiencia de las medidas adoptadas o el nivel real de cooperación,
integración y consenso internacional en una situación que ya se ha convertido en un problema
y una crisis que afecta e incumbe a todos y que, en consecuencia, implica tanto a gobiernos
como a instituciones multilaterales, empresas o ciudadanos.
Conclusión.
En definitiva nos encontramos ante un cambio forzado, radical y vertiginoso de la visión global
del mundo en el que vivimos. El shock externo, el temor a lo desconocido – en algunos casos
traducido en pánico- y las incertidumbres generadas por una pandemia inesperada y compleja
en su solución puede retrotraernos a otras épocas de crisis generalizada, como fueron la del
crack de la bolsa de New York en 1929, la del petróleo de 1973, la de la fulgurante e
inesperada caída de Lehman Brothers en 2008 o la sufrida en el sector bancario de la UE ese
mismo año, situación que obligó a las autoridades económicas del mercado interior a
intervenir y/o rescatar a varios países miembros- Grecia, Irlanda, Portugal y España- del
colapso seguro de sus economías.
La nueva y compleja situación puede llevar a muchos países a adoptar medidas y posturas
proteccionistas que, errónea e irremisiblemente, producirán efectos y consecuencias
perniciosas en el sistema económico global, los intercambios comerciales y el crecimiento de
las naciones.

Como todos sabemos la economía es cíclica, y a épocas de bonanza siguen otras de crisis más o
menos profundas…pero nunca se ha llegado a producir el colapso total de ese sistema, es más,
con una mirada retrospectiva hacia los acontecimientos pasados podemos concluir que, a
pesar de los problemas, hemos superado, aprendido y avanzado en la construcción de un
mundo mejor, más interrelacionado y económicamente más justo.


Sin duda que a raíz del surgimiento de la crisis económica y sanitaria - en forma de pandemia
vírica- que sufrimos actualmente se producirán cambios globales… estamos obligados a ello.
Nos enfrentamos a nuevos paradigmas que deben ser abordados desde la toma de decisiones
basadas en la racionalidad, el equilibrio y el sentido común, pero sobre todo tratando de
preservar lo construido hasta ahora y con la perspectiva del crecimiento económico y el
bienestar de las naciones y sus ciudadanos… porque todas las crisis se convierten en lecciones
que deben servir para avanzar, evolucionar, mejorar y evitar la repetición de errores.


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