​Nunca se ha escrito tanto sobre un tema y nunca han sobrado tanto las palabras.

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La situación actual nos sobrepasa, de una parte porque la realidad que estamos viviendo  no somos capaces de comprenderla ni entenderla, es imposible que seamos conscientes del sufrimiento, drama presente que conlleva y la repercusiones futuras serán tales que intentar explicarlo con mediante palabras, el medio que hemos encontrado hasta la fecha más productivo, resulta estéril y en ocasiones, ofensivo.


Casi mejor guardar silencio y el que quiera, que rece.


Por otra lado, tenemos la cuestión del miedo, la incertidumbre. Este miedo paraliza porque perdemos algo que nunca nos habían arrebatado en una sociedad como la nuestra: –el control del presente-. Hasta la fecha, éramos “pequeños dioses” instalados en una sociedad materialista, donde todo lo teníamos al alcance de la mano, el único sufrimiento era optar, elegir ante una bifurcación pero dominábamos el presente.


Nos quedaba poco para dominar el futuro, hablábamos ya de “singularidad tecnológica”, de “inmortalidad pero no eternidad” y en el momento menos esperado llegó…

Y llegó no con un desastre natural o una guerra nuclear, como todo hacía esperar, sino con un virus, cuyo diámetro es de {\displaystyle {\frac {1}{1000000000}}} metros.

Paradójico cuanto menos. El mundo se ha paralizado por este virus…


Algunos dicen que Dios está callado, si lo está, afirmas de manera implícita que ha estado hablando todo esté tiempo. Si está hablando ahora, ¿qué nos está diciendo? Sólo sé que a Dios se le puede pedir de todo menos respuestas. Quizás sea éste el retiro definitivo de la humanidad.

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